Entiendo que todo el mundo
tiene sueños o ilusiones y esperanzas, y no una, sino varias, y cada una puede
ser de un determinado carácter.
Dependiendo del número de
cosas que te ilusionen, va a depender también el nivel de decepción, en el caso
de que no se cumplan.
Yo, como la mayoría también
he tenido sueños cumplidos, y tengo algunos por cumplir.
Y este año aunque haya
sido de carambola, acabo de cumplir uno.
Y
digo de carambola, porque entre mis miedos (que los tengo, aunque a veces no lo
parezca) y otro montón de circunstancias, entre ellas mis bajones físicos en
cuanto a la movilidad, cuando los meniscos se rompen y las hernias discales
dicen “aquí estoy yo “ya veía que abandonaba este mundo y no llegaba a hacer el
crucero con el que soñaba desde jovencita, cuando pensar en ello era una utopía,
era cosa de ricos, de muy ricos y poco frecuentes.
Y no sé bien si Titanic hizo mucho en favor de
la navegación de recreo, o solo nos enseñó un mundo de lujos al alcance de solo
unos pocos que podía tener un final horrible.
O justamente al contrario, nos hizo pelear por
que algún día podíamos vivir un trocito de esa historia, aunque fuera a un
nivel un poco menos lujoso,
Sea
como sea, yo no recuerdo en que año empecé a cuestionarme eso, y a pesar de que
estaba acostumbrada a viajar sola, el
hecho de embarcarme se me hacia un mundo.
Jajajajaj,
creo que me estaba subestimando yo misma.
Pero
llevo unos años en los que no dejan de suceder cosas a mi alrededor, y esas
cosas, hicieron que me replanteara un montón las ideas que tenía, y un día, al
ver como se volvían a torcer los planes más inmediatos, ni lo pensé más y llame
a una naviera de esas que todos vemos en la tele, ese mismo día reservé un
camarote…
Y
a partir de aquí todo fue la esperanza de un sueño, ir descartando miedos y seleccionando
prioridades.
Y
llego el día y embarqué, primero lo hice en un avión que me traslado a Barcelona,
desde donde había elegido salir para tener la oportunidad de conocer la ciudad
un poco.
Allí
me topé a los dos mejores anfitriones que me podía encontrar, Alfonso y
Guillermo me han tratado antes y después de navegar como alguien especial, me
han enseñado la ciudad y me han asombrado con las de historias que conocen, nos
hemos reído mucho y me he hecho amiga de Duke, que por lo visto no es lo
habitual desde el principio.
Y
llego el día de subir al Costa Firenze, enorme barco, nuevo, y reluciente…
Y
subí…con una mezcla de miedos, curiosidad, ilusión, expectante, con los ojos
como platos y tratando de no parecer Paco Martínez Soria llegando a una nueva
ciudad, osea, haciéndome la mundana, sin saber bien qué me esperaba en los
siguientes siete días.
Difícil resumir estos días, pero como llevo tiempo sin escribir nada publicable, me apetecía contaros algunas cositas.
Vivir
en una casa flotante, del tamaño de “mi barquito “durante unos días, es toda un
experiencia, y por más que rebusco entre mis recuerdos de estos días, no
encuentro nada desagradable.
He
hecho amigos, y he disfrutado con mis compañeros de mesa de cenas, hemos
intercambiado historias, aventuras de viajes, he llegado a recitar un trocito
del papel que hacía en el teatro de Las
Brujas y les he contado la sipnosis de la obra.
He
vuelto años atrás bailando música de los 70, de los 80, de los 90…cada día y según
qué muelle había distintos tipos de fiesta, he actuado de jurado popular en LA
VOZ, versión crucero, claro está, he ganado un concurso de trivial, el premio era
merchandising de la naviera, pero el gustito de salir a recoger el premio, con
los aplausos entusiastas de quienes han ido a divertirse, es muy satisfactorio.
Conocí
a gente como Sonia y Jorge, una pareja
de Valladolid con quienes he compartido horas de juerga y risas, a Rita y
Jerome dos canarios para comérselos de lindos que eran, a José y Susana, una pareja
de Barcelona viajera por encima de todo, y con una simpatía arrolladora, a
Fausto, Eduardo y Pepito, tres jubilados que viajaban juntos y con los que tenías
que reírte si o si
Voy
a parar ya, pero seguiría contando historias, un montón de folios más
Y
por supuesto, que nadie se llame a engaño, yo no he cambiado nada o casi nada y
lógicamente, he perdido unas gafas de sol, tres tarjetas con las que nos movíamos
por el barco, eran la llave y el monedero que allí se usaba, pues tres me tuvieron que hacer, pero vamos, no ha sido
lo único. Pero ya basta por hoy
Una
vez dicho todo esto…Poned un crucero en vuestras vidas.
¡Me quedo tanto por contar ¡
Recordad,
navegar es bien.