Ahora que el tiempo va cambiando, que ya pasamos de estación,
y que lo que se ve venir es el invierno,
tras este otoño recién estrenado a mí me da por recordar cómo ha sido este
verano, tan sumamente raro, atípico y del que salvo algunos días, no quiero que
se parezca en nada a los veranos que están por llegar.
Empecé el verano, con el corazón herido y con una
incertidumbre que en poco se iba a convertir en certeza, de que las cosas si
son susceptibles de empeorar siempre van a hacerlo.
Y no hubo error.
Y así, entre la pena y lo arrestos que nacen del convencimiento de que hay que tirar para adelante como sea fueron transcurriendo los días.
La situación de pandemia, con nueva ola incluida tampoco ayudaba mucho a animarse.
No se podía hacer casi nada, había miedo y respeto por el
bicho aunque la vacuna nos había hecho un poco más libres.
Nada que ver las actividades lúdicas de un año para otro,
pero nada de nada.
Ni las reuniones con amigos se hacían de la misma manera, ni
en el mismo número de veces y de gente, ni la feria se parecía, ni siquiera los
conciertos de otros años tenían el mismo color.
La vida social quedo muy reducida, justo cuando más falta
hacia reunirte con gente y distraerte
Y eso dejaba un poso de tristeza en el alma, algo que sumar a los demás sentimientos negativos que ya acumulaba.
Por todo eso con la
llegada de unas posibles vacaciones, una sencilla semana lejos de la rutina, se
me hacia la boca agua al imaginarlo.
El día que compre mis vacaciones empecé a soñar con ellas y
hacia hasta recorridos virtuales por la zona como si ya estuviera allí, ocupaba
mis pensamientos cada vez más, en hacer planes de lo que haría en esos días.
Y por fin llegó el día que marcaba en mi billete y entre la expectación,
la ilusión, las ganas de cambiar todo y un dolor creciente a causa de una inflamación
del piramidal puse rumbo a la playa, mi sitio preferido.
Soy piscis, soy de mar y cerca de él me siento muy a gusto.
Y llegué y empecé a valorar si mis expectativas podrían cumplirse o tendría que
rebajar el listón…
Pero me disponía a descansar y a llenar mis ojos de mar.
y hasta aquí todo iba sobre ruedas…
Curiosamente mientras hacia el checking (o registro) coincidí
con una pareja de amigos que viajaban juntos y enseguida y a pesar de la
diferencia de edad, conectamos…
Y ahí empezó todo.
Eran dos chavales de 30 años que fueron todo un
descubrimiento, ella, Marta, una “Localcoño” indomable, con mucho por aprender
de la vida, simpática, amable y además muy guapa.
Él, Fran, un “buen niño”, superdetallista, comprensivo, con
el oído siempre dispuesto a escuchar, con una paciencia infinita y muy divertida.
La vida nos va poniendo gente por delante y lo negativo es que no siempre se pueden mantener estas relaciones que duran tan poco, más que nada porque según van pasando los años, crecen los conocidos, crece la familia y no hay tiempo para contactar con frecuencia con todos, aun así, yo espero volverme a encontrar con ellos en cualquier otro momento de la vida, y deseo que sea siempre en un momento de alegría.
Estoy convencida de que sabremos celebrarlo.
Y que ya estoy soñando con repetir
Pero ahora mismo…Otoño sorprendeme…
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